domingo, 29 de agosto de 2010

LOS BUCOVSKY


(Regina y familia en Polonia. Es la última de la derecha, apoyada sobre la mesa.)


Regina Rosemberg y Julio Bucovsky eran polacos.
Llegaron a Argentina del mismo modo que llegaban todos los inmigrantes, los barcos.
Ellos lo hicieron por separado. No se conocían.
Algunos de los once hermanos de Regina ya estaban en el país.  Habían arribado de uno en uno, como se hacia en aquellos tiempos.  Venía uno primero, se instalaba, juntaba el dinero para traer a otro pariente y así sucesivamente.  No se sabe en que orden llego Regina, solo que fueron diez los Rosemberg que llegaron a este país. Una decidió quedarse en Polonia.
Siempre creí que habían venido todos a la Argentina, pero mi madre hace poco me contó que, pasado algunos años, se enteró que a esta última hermana la asesinaron junto a su hijo, los alemanes durante la invasión a Polonia.
Trabajaban en una granja y cuando vieron llegar los uniformes grises se escondieron detrás de una vaca, con la esperanza de no ser descubiertos. No resulto un buen escondite.
Julio, en cambio, vino solo. No hay mucho registro de él ni de su familia. Siempre decía que tenía un  hermano, que había emigrado de Polonia a Estados Unidos, pero nunca se supo su nombre, o al menos nadie lo recuerda.
Regina se instaló con uno de sus hermanos . Julio, por su parte, alquiló una pieza en un conventillo.
Era maestro panadero y consiguió trabajo en "La Sonámbula", panadería que subsiste actualmente en la misma dirección, Corrientes entre Riobamba y Callao.
Las vidas de Regina y Julio se juntaron cuando una "casamentera" los presentó. A ésta le pareció que la relación podía prosperar. Regina no hablaba castellano, no trabajaba, y necesitaba a alguien que la mantuviera.  Julio estaba solo y tenía un buen trabajo.
Se casaron.  Y fueron a vivir a una casa alquilada.
Tuvieron cinco hijos.  Por órden de aparición: David, Sara, Samuel, Armando y Aída. Con el tiempo cada uno tendría su sobrenombre.  David era "cabeza de fósforo" por lo flaco y su cara siempre colorada.  A Sara le decían "Velerina", porque siempre andaba con los mocos colgando de la nariz.  Samuel era "el gallego", alias que quedó porque cuando comenzó a hablar tenía esa pronunciación característica.  A Armando le decían "El Iatz", palabra en yiddish que quiere decir "tonto".  Aída, por supuesto, era "La chiquita".
Vivían relativamente bien a pesar de las duras condiciones de la época. Mi abuelo Julio proveía lo necesario para vivir, y mi abuela era ama de casa -bah- es un manera de decir, porque de lo que menos se ocupaba era de su casa e hijos.
Julio, como todo panadero, trabajaba de noche y dormía de día. Según cuenta mi madre, el mejor momento era cuando mi abuelo llegaba con un paquete gigante lleno de panes y, sobre todo, de palmeras de hojaldre, hechas con manteca, bañadas con almíbar y espolvoreadas con abundante coco rallado.  Eran una delicia.
Para ellos estaba todo bien, pero para él, no. Trabajaba toda la noche y al llegar a casa no lo esperaba nada, ni comida, ni ropa limpia, ni paz.  Los niños, como es lógico, jugaban a su alrededor y no lo dejaban dormir. Por otra parte, mi abuela siempre estaba con los vecinos, especialmente con los españoles, que eran los que mejor le caían, no sé por qué.  Descuidaba a los hijos, a la casa y a su esposo.
Durante una noche de trabajo mi abuelo tuvo un accidente levantando las bolsas de harina de 30 kilos. Al cargar una, hizo un mal movimiento y su espalda se resintió. No sé si vio a un médico.  Lo que si sé es que nunca más se pudo parar derecho. Igual siguió haciendo su trabajo, y parece que lo hacía tan bien que le ofrecieron ser socio de la panadería, a lo cual, insólitamente rehusó.
Julio no era feliz con su vida, nadie es del todo feliz, pero no tenía ningún motivo para serlo. Vaya a saber qué dolores cargaría por su desarraigo que, como las bolsas de harina, lo torcieron para siempre.
Un día enfermó.  Nadie sabe de qué y fue a parar al hospital.  Nunca salió de allí y al poco tiempo murió. Tenía cuarenta y pico de años.
Como dije antes, no hay mucho más para contar de él.  Ni si quiera una foto.
La viuda y los cinco huérfanos quedaron solos y comenzó otra vida para ellos.
Una más dura que la anterior.